Por Marcial Ortíz De Zevallos: Cuando el Arte se Convierte en Botín
19 noviembre, 2025

Por Marcial Ortíz De Zevallos: Cuando el Arte se Convierte en Botín

Hace unos días, según un diario local, tras un exhaustivo proceso, Indecopi multó a Arte Hotel Lima, en San Isidro, con S/ 150 mil por reproducir canciones de Shakira y otros artistas en los televisores de sus cerca de treinta habitaciones. Si eso no es un exceso, ¿entonces qué es?

En el Perú, los empresarios no solo deben lidiar con delincuentes, mafias, extorsionadores, feriados improvisados y leyes laborales que parece dictadas por sindicatos ochenteros. En el sector de la hospitalidad también deben enfrentarse a algo más silencioso, pero igual de corrosivo: un modelo de cobro por derechos de autor que se ha vuelto arbitrario, desproporcionado y, según muchos artistas, poco transparente, por decir lo menos.

La sinrazón está por todas partes. Un pequeño café que pone una playlist para acompañar el ambiente recibe una planilla de APDAYC que supera su margen mensual. Un minimarket de barrio que deja una radio encendida para espantar el silencio es tratado como si estuviera organizando un festival. Un hotel que tiene televisores en sus habitaciones vacías enfrenta procesos administrativos como si explotara un concierto sin licencia. Y todo se cobra bajo la misma lógica antigua y anacrónica: falta de transparencia y proporcionalidad nula.

Y mientras tanto, ¿los músicos? Según muchos, la mayoría no ve un sol. Basta revisar los archivos periodísticos. Increíble. Si no, pregúntenles a sus amigos artistas si reciben dinero por sus canciones. Pero es que hay que ser bien limitado para no darse cuenta de lo que pasa. Además, siempre me he preguntado, si se quiere pagar al autor, ¿cómo saben estas “sociedades” a qué autores pagar regalías? ¿Acaso adivinan lo que un bar o bodega pasa durante el día? La
arbitrariedad no tiene límites.

Hasta los matrimonios, cumpleaños y eventos sin fines comerciales deben pagar supuestamente. Francamente, es un esperpento de legislación lo que tenemos: no guarda ninguna lógica y entorpece cualquier emprendimiento, convirtiendo a estas sociedades en monopolios legales con poder unilateral para fijar tarifas, sin mecanismos de control previos y con escasos incentivos para modernizarse.

Mientras tanto, el mundo cambió hace muchos años, más aún con la nueva tecnología. En Estados Unidos, por ejemplo, restaurantes y hoteles ya no temen visitas de inspectores: pagan una suscripción razonable a servicios como Soundtrack Your Brand (unos 30 dólares al mes), que incluye el servicio de streaming y las licencias necesarias.

En otros países, como en Argentina, en vista del abuso de estas “sociedades”, se ha declarado que lo que se reproduce dentro de una habitación de hotel corresponde al ámbito privado y, por tanto, a los hoteles ya no se les cobra. ¿Suena lógico no? Latinoamérica ya avanza hacia eliminar lo absurdo.

Sin embargo, en el Perú seguimos atrapados en la criollada. En un país donde un hotel de tamaño pequeño puede pagar cifras de más de cuatro dígitos por el derecho de tener música ambiental, a mi parecer, la palabra “equilibrio” se vuelve un eufemismo. En el Perú la cultura termina convertida en garrote, el arte en botín y la creatividad de unos en fortunas de otros.

El problema no es la existencia del derecho de autor. Es su ejecución. Su falta de
proporcionalidad. Su falta de transparencia. Su falta de competencia.

El Estado peruano tiene una tarea pendiente. Auditorías independientes. Tarifas razonables. Supervisión real. Publicación obligatoria de balances. Alternativas tecnológicas. Y, sobre todo, un sistema que proteja al autor sin destruir al negocio.
Para mí, deberían implementarse cuatro medidas simples, tal como ya ocurre en otros países:

1. Que la recaudación y el reparto para el sector gastronómico y hotelero estén a cargo de empresas internacionales especializadas, aquellas que operan con tecnología de monitoreo real y distribuyen regalías según el uso efectivo de cada canción. Con ello, los negocios pagarían menos y los artistas —los verdaderos creadores— recibirían más.

2. Que se declare que lo que ocurre dentro de las habitaciones de los hoteles pertenece al ámbito estrictamente privado, y que, por tanto, los hoteles no deban pagar por tener televisores en sus cuartos. Muchos de esos televisores ni siquiera se prenden, y además los niveles de ocupabilidad no justifican un cobro de “comunicación pública” que, en realidad, no existe.

3. Que los conciertos donde los artistas interpretan su propio repertorio no paguen
derechos adicionales. Si el músico ya está cobrando por su performance, no tiene sentido que vuelva a pagar por cantar sus propias canciones.

(SemanaEconómica)

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